Alejandro conoció a Hefestión, hijo de un príncipe macedonio, en la academia que Aristóteles creó cerca de Pella. Ambos tenían quince años, y parece ser que, según relata Plutarco, el flechazo fue instantáneo. Fue el único y gran amor, su camarada, amigo, confidente, le siguió en el destierro y hasta en los últimos desiertos de Mesopotamia. Dicen que a Alejandro nunca le gustaron las mujeres, que se casó con dos, pero por motivos políticos, para conseguir un heredero para su inmenso imperio.
Hefestión era alto, guapo, rubio, fuerte, un gran estratega, irresistible para las mujeres, pero solo consintió casarse cuando Alejandro se lo ordenó. Quería que los hijos de su amados fueran sobrinos suyos para hacer aún más fuertes los lazos que les unían. La relación entre ambos fue tan intensa que Alejandro le consideraba como si fuera él mismo.
En el otoño de 324 a.C., el ejército de Alejandro se asentó en la ciudad de Ecbatana para pasar el invierno. Hefestión enfermó durante los juegos que se celebraron por parte de la corte y murió una semana después. Los síntomas descritos son compatibles con la fiebre tifoidea, pero nunca se excluyó la posibilidad de envenenamiento. Alejandro, que hasta entonces había resistido sin inmutarse privaciones y heridas que habrían derribado a hombres más débiles, se sintió destrozado por esta pérdida. Se dice que yació sobre el cuerpo de Hefestión un día y una noche, hasta que finalmente hubo de ser separado del mismo por sus amigos. Durante tres días más, permaneció mudo, llorando, sin probar bocado. Y cuando por fin se levantó fue para raparse el pelo y ordenar que se retirasen todos los adornos de la ciudad de las paredes. Finalmente, prohibió cualquier música en la ciudad y ordenó que todas las ciudades del imperio realizasen funerales. Después, despachó mensajeros al oráculo de Amón en el oasis de Siwa, en Egipto, para pedir que se le concediesen honores divinos a su amigo difunto. El cuerpo de Hefestión fue embalsamado y transportado a Babilonia para proceder a su quemado en una pira funeraria. Poco podía imaginarse Alejandro que la misma Babilonia sería su última etapa. Se vio obligado a permanecer allí durante los tórridos meses del verano, con sus plagas de mosquitos, y allí enfermó y murió rápidamente. Por nuestras cuentas, en el año 323 a. C., Alejandro Magno contaba 33 años de edad.
Hefestión era alto, guapo, rubio, fuerte, un gran estratega, irresistible para las mujeres, pero solo consintió casarse cuando Alejandro se lo ordenó. Quería que los hijos de su amados fueran sobrinos suyos para hacer aún más fuertes los lazos que les unían. La relación entre ambos fue tan intensa que Alejandro le consideraba como si fuera él mismo.
En el otoño de 324 a.C., el ejército de Alejandro se asentó en la ciudad de Ecbatana para pasar el invierno. Hefestión enfermó durante los juegos que se celebraron por parte de la corte y murió una semana después. Los síntomas descritos son compatibles con la fiebre tifoidea, pero nunca se excluyó la posibilidad de envenenamiento. Alejandro, que hasta entonces había resistido sin inmutarse privaciones y heridas que habrían derribado a hombres más débiles, se sintió destrozado por esta pérdida. Se dice que yació sobre el cuerpo de Hefestión un día y una noche, hasta que finalmente hubo de ser separado del mismo por sus amigos. Durante tres días más, permaneció mudo, llorando, sin probar bocado. Y cuando por fin se levantó fue para raparse el pelo y ordenar que se retirasen todos los adornos de la ciudad de las paredes. Finalmente, prohibió cualquier música en la ciudad y ordenó que todas las ciudades del imperio realizasen funerales. Después, despachó mensajeros al oráculo de Amón en el oasis de Siwa, en Egipto, para pedir que se le concediesen honores divinos a su amigo difunto. El cuerpo de Hefestión fue embalsamado y transportado a Babilonia para proceder a su quemado en una pira funeraria. Poco podía imaginarse Alejandro que la misma Babilonia sería su última etapa. Se vio obligado a permanecer allí durante los tórridos meses del verano, con sus plagas de mosquitos, y allí enfermó y murió rápidamente. Por nuestras cuentas, en el año 323 a. C., Alejandro Magno contaba 33 años de edad.