Cuando se conocieron en 1871, Paul tenía veintisiete años y Arthur diecisiete. Arthur le había enviado antes unos poemas desde Charleville. Se habían carteado, y en un arranque de entusiasmo, el poeta consagrado, aburrido de su vida domestica, lo debió invitar a pasar unos días a París. "No tengo dinero, llevo sólo mi poesía"-, le respondió Rimbaud, el joven con rostro de ángel desterrado, los cabellos castaños eternamente despeinados y ojos de azul pálido.
Pronto sintieron el uno por el otro una fuerte atracción, a la que se unió la común pasión por la bebida, la poesía y los hombres. Formaron pronto una pareja empática aunque tormentosa. Mantuvieron una relación que rozaba el delirio y la pesadilla. Tomaban hachís, absenta y ajenjo para superar los límites de la razón, del bien y del mal, y sobre todo, de los absurdos prejuicios sociales de un mundo aburguesado, decadente y absurdo. Al poco de llegar a París el provinciano Rimbaud se enemistó con todos los poetas parnasianos, que lo consideraron demasiado agreste. Las veladas en los cafés eran desastrosas. El niño prodigio se reveló como un pendenciero y un provocador. No le cayó bien a nadie, y sobre todo no le cayó bien a la familia de Paul, que lo veían como un tipo peligroso, como una mala influencia y como un rival. A la mujer de Paul, desde luego, no le faltaban razones.
Fue la de ellos una relación de amor y odio que terminó de manera trágica, como trágico fue también el final de sus vidas. En los dos años que duró la relación se hicieron daño mutuamente. Hubo maltratos, lágrimas, arrepentimientos, idas y venidas por distintas ciudades de Europa, escapadas que terminaban en regresos, escándalos que se hacían públicos, dolor y sobre todo mucha locura.
Ocurrió en Bruselas en 1873. Paul había amenazado con suicidarse varios días antes, mamá Verlaine acudió en ayuda de su hijo, y también Rimbaud, que respondía así a las súplicas de su amigo tras la última despedida. En cuanto se vieron juntos de nuevo comenzó el tormento. Alcohol, sexo y peleas. El final se resolvió con tres disparos, la mano herida de Arthur por una bala y una condena a dos años de trabajos forzados.
Sólo se volvieron a ver una vez más, en 1875 a la salida de Verlaine de la cárcel. Para entonces ya estaban acabados. Aquella noche la pasaron de farra trincándose una borrachera antológica y una formidable pelea a puñetazos que resolvió finalmente el caos de su angustiosa relación.
Arthur Rimbaud renunció a la poesía y no volvió a escribir más. Se convirtió en uno de esos extraños seres siempre perseguidos por su destino, fue un aventurero y un hombre de acción. Así demostró una vez más que cada pocos años parecía cansarse de ser quien era. Murió a los treinta y siete años de edad y con una sola pierna, entre tremendos dolores, como consecuencia de un tumor de hueso que se le declaró en la rodilla y avanzó por todo el cuerpo velozmente.
Paul Verlaine conoció la degradación progresiva de su talento y su persona. Murió completamente sólo a los cincuenta y dos años de edad, sifilítico, borracho y arruinado.
Fuente: http://www.agustincelis.com/id34.htm
Pronto sintieron el uno por el otro una fuerte atracción, a la que se unió la común pasión por la bebida, la poesía y los hombres. Formaron pronto una pareja empática aunque tormentosa. Mantuvieron una relación que rozaba el delirio y la pesadilla. Tomaban hachís, absenta y ajenjo para superar los límites de la razón, del bien y del mal, y sobre todo, de los absurdos prejuicios sociales de un mundo aburguesado, decadente y absurdo. Al poco de llegar a París el provinciano Rimbaud se enemistó con todos los poetas parnasianos, que lo consideraron demasiado agreste. Las veladas en los cafés eran desastrosas. El niño prodigio se reveló como un pendenciero y un provocador. No le cayó bien a nadie, y sobre todo no le cayó bien a la familia de Paul, que lo veían como un tipo peligroso, como una mala influencia y como un rival. A la mujer de Paul, desde luego, no le faltaban razones.
Fue la de ellos una relación de amor y odio que terminó de manera trágica, como trágico fue también el final de sus vidas. En los dos años que duró la relación se hicieron daño mutuamente. Hubo maltratos, lágrimas, arrepentimientos, idas y venidas por distintas ciudades de Europa, escapadas que terminaban en regresos, escándalos que se hacían públicos, dolor y sobre todo mucha locura.
Ocurrió en Bruselas en 1873. Paul había amenazado con suicidarse varios días antes, mamá Verlaine acudió en ayuda de su hijo, y también Rimbaud, que respondía así a las súplicas de su amigo tras la última despedida. En cuanto se vieron juntos de nuevo comenzó el tormento. Alcohol, sexo y peleas. El final se resolvió con tres disparos, la mano herida de Arthur por una bala y una condena a dos años de trabajos forzados.
Sólo se volvieron a ver una vez más, en 1875 a la salida de Verlaine de la cárcel. Para entonces ya estaban acabados. Aquella noche la pasaron de farra trincándose una borrachera antológica y una formidable pelea a puñetazos que resolvió finalmente el caos de su angustiosa relación.
Arthur Rimbaud renunció a la poesía y no volvió a escribir más. Se convirtió en uno de esos extraños seres siempre perseguidos por su destino, fue un aventurero y un hombre de acción. Así demostró una vez más que cada pocos años parecía cansarse de ser quien era. Murió a los treinta y siete años de edad y con una sola pierna, entre tremendos dolores, como consecuencia de un tumor de hueso que se le declaró en la rodilla y avanzó por todo el cuerpo velozmente.
Paul Verlaine conoció la degradación progresiva de su talento y su persona. Murió completamente sólo a los cincuenta y dos años de edad, sifilítico, borracho y arruinado.
Fuente: http://www.agustincelis.com/id34.htm